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Donald Trump y su equipo de imbéciles

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La historia de Estados Unidos está plagada de políticas desastrosas. Con todo, es difícil pensar en una situación que haya sido una calamidad tan innecesaria o un error tan deliberado como el actual cierre parcial de la administración federal.

Tampoco me viene a la mente otro desastre tan personal, que se deba por completo a un solo hombre. Cuando el presidente estadounidense, Donald Trump, les dijo a Chuck Schumer y Nancy Pelosi: “Yo lo voy a cerrar”, fue totalmente preciso, aunque también dijo: “No voy a echarles la culpa”, y eso sí que fue una mentira.

De cualquier manera, ningún hombre es autosuficiente, aunque Trump lo sea más que la mayoría. Así que, para poder comprender la magnitud de sus metidas de pata en las decisiones sobre políticas, es necesario reconocer la extraordinaria calidad de las personas que lo rodean. Claro que cuando digo “extraordinaria”, en realidad quiero decir una calidad extraordinariamente baja. Lincoln tenía un equipo de rivales; Trump tiene un equipo de imbéciles.

Si les parece un calificativo un tanto duro, me remito a las pruebas: algunas afirmaciones recientes de dos miembros de su equipo sobre temas económicos. Como era de esperar, emplearon los conceptos económicos totalmente mal; eso está de más decirlo. Lo sorprendente, más bien, es cuán incapaces son estos hombres de seguir el guion: ni siquiera pueden apegarse a este y actuar con la deshonestidad natural de la derecha.

El primero es Kevin Hassett, presidente del Consejo de Asesores Económicos de Trump, a quien le hicieron una pregunta acerca de las dificultades que atraviesan los empleados federales que no han recibido su salario. No hay que ser experto en relaciones públicas para saber que por lo menos debes tratar de expresar cierta solidaridad; que la sientas o no, es otra cosa. Después de todo, abundan las noticias sobre empleados de seguridad del transporte que han tenido que recurrir a los bancos de alimentos, sobre la recomendación de la guardia costera a sus trabajadores de organizar ventas de garaje y otras parecidas.

Así que una buena respuesta por lo menos debería dar a entender que te preocupan esos empleados; claro, aclarando que la culpa es de esos demócratas que no quieren detener a los violadores de tez morena, o algo por el estilo. Pero Hassett no pudo hacer ni siquiera eso. Declaró que todo está bien, que en realidad ha sido “mejor” para los trabajadores porque han tenido días libres sin tener que ocupar sus días de vacaciones.

También está lo que dijo Sean Hannity —el presentador de televisión— sobre los impuestos para los ricos. ¿Que qué? ¿Que Hannity no es parte del gobierno de Trump? Claro que lo es, en todos los aspectos importantes. De hecho, Fox News no es solo la televisora del Estado; es evidente que sus presentadores tienen más acceso al presidente y más injerencia en sus decisiones que cualquiera de esos supuestos expertos que trabajan en lugares como el Departamento de Estado o el Departamento de Defensa.

Pues bien, Hannity declaró que subirles los impuestos a los ricosdañaría la economía porque “los ricos dejarán de comprar los barcos que les gustan para disfrutar su tiempo de esparcimiento”, y además “van a dejar de pagar vacaciones costosas”.

Mmmm, esa no es la respuesta que debería dar un conservador. Se supone que debes insistir en que si los impuestos de la gente rica son bajos, está bien porque funcionan como un incentivo para que trabajen muy pero muy duro, no para que les sea más fácil tomar vacaciones lujosas. El guion dice que debes recalcar que los impuestos bajos harán que ahorren e inviertan su dinero en nuevos negocios, no que les ayudarán a costear yates nuevos.

Aunque la verdadera razón por la que respaldas los impuestos bajos sea que estos les permiten a tus amigos ricos llevar una vida todavía más lujosa, no debes decirlo en voz alta.

Insisto, el punto no es que al círculo cercano de Trump no le importen las familias estadounidenses comunes y corrientes, o que digan sandeces, porque no podemos esperar más de ellos. Lo asombroso es que de plano no tengan ni la más remota idea de cómo fingir que les interesa la clase media o siquiera de qué tonterías repetir como merolicos para dar esa impresión.

¿Qué le pasa al equipo de Trump? ¿Por qué ni siquiera son capaces de fingir un populismo falso?

Me parece que hay dos respuestas posibles a estas preguntas, una genérica para el conservadurismo moderno y otra específica para Trump.

En cuanto a la genérica: para ser un conservador moderno, debes pasar toda tu vida en una especie de culto, que te proteja de ideas e incluso de formas de hablar del exterior. En el interior de ese culto, la postura generalizada es de desprecio hacia los trabajadores estadounidenses comunes y corrientes (recordemos cuando Eric Cantor, en su época de líder de la mayoría en la Cámara de Representantes, celebró el Día del Trabajo con elogios a los empresarios). También la veneración a la riqueza es generalizada. El problema es que a los miembros del culto puede costarles mucho recordar que no deben hablarles así a quienes no pertenecen a su grupo.

Ahora expliquemos el efecto Trump. Por lo regular, trabajar para el presidente de Estados Unidos es una distinción que abre puertas para tu carrera profesional, un punto excelente en tu currículo. En contraste, la presidencia de Trump es tan caótica y corrupta, y existe un riesgo tan grande de que quede enredada en sus líos con el extranjero, que cualquier persona relacionada con ella se contamina (por eso, después de solo dos años, ha dejado tras de sí una estela de hombres acabados y reputaciones por los suelos).

¿Así que quién querrá trabajar con él ahora? Solo quienes no tienen una reputación que cuidar, en general porque son bastante malos en su trabajo. Sin duda, deben existir algunos conservadores inteligentes y con cierto autocontrol capaces de mentir con un aire que pueda llegar a engañar, o por lo menos dejar abierta la posibilidad de negar complicidades, y de defender las políticas de Trump sin lucir como todos unos imbéciles. Pero esos ya se escondieron.

Hace un año, vaticiné que la presidencia de Trump iba en camino a convertirse en el gobierno de los peores y los más tontos. Sin embargo, desde entonces la situación ha empeorado y las acciones se han vuelto aun más tontas. Lo peor es que todavía no tocamos fondo.

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Fuente: The New York Times
Paul Krugman es Premio Nobel de Economía.

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