Kurt Burneo Farfán, profesor-investigador en Centrum PUCP
Uno de los datos más solicitados a los economistas en estas épocas trata sobre cuánto crecerá la economía este 2019, esto es, en cuánto crecerá la riqueza producida medida por el tantas veces referido crecimiento del Producto Bruto Interno (PBI).
Pero nos hemos preguntado, dada la importancia que se le da al numerito de marras, ¿la riqueza incrementada es condición necesaria y suficiente para que tengamos más felicidad? ¿Esta expresa y deliberadamente el bienestar de las personas referido como objetivo de la política macroeconómica implementada por la actual administración?
Rumbo a la felicidad
El MEF y el BCRP señalan que creceríamos este 2019 en 4%. Mirando una primera implicancia directa de este número es que este es inferior al necesario 5% –dada la actual estructura productiva– para absorber a los 240,000 jóvenes que se incorporan al mercado laboral.
Pero alrededor del PBI hay cuestiones adicionales: al margen de sus conocidas limitaciones tanto como indicador de la riqueza neta producida al sobrevaluarla (ejemplo, ignora efecto contaminación) o subvaluarla (ejemplo, la omisión de la informalidad); o que tras de sí el PBI esconde una bastante desigual distribución, con un coeficiente de Gini de 0.44.
A las limitantes señaladas se suma la que hizo, hace más de 40 años atrás (1974), Easterlin cuando señalaba que a partir de determinado nivel más ingresos no estarían asociados necesariamente con mayor felicidad. En el mismo sentido, para el caso de un país específico como China, de acuerdo a Easterlin, F. Wang y S. Wang (2017), mientras que su PBI se multiplicó 4.2 veces en los últimos 15 años el bienestar de la población se redujo.
¿Qué podría estar pasando? Según Brickman y Campbell (1971), estaríamos frente a un proceso psicológico donde, por ejemplo, una mejora en las condiciones se difumina en el tiempo porque la felicidad de la gente retorna a su estadio de partida. Alternativamente, Kahneman y Deaton (2010) plantean que el ingreso absoluto sería relevante hasta cuando se logran satisfacer las necesidades básicas, luego de lo cual el ingreso no adicionaría capacidad a la gente para mejorar su bienestar comenzando por la parte emocional.
Para añadir elementos a la presente discusión, ¿la sensación de bienestar promedio es independiente de la desigualdad en la distribución del ingreso? Cuando unas pocas personas ven mejorados sustantivamente sus ingresos económicos y en muchos otros ello sucede marginalmente, ¿la sensación de bienestar es mayor respecto a aquella donde no hubiese ocurrido mejora alguna para nadie? Una simple evidencia de lo anterior son, por ejemplo, las “cariñosas” miradas por parte de la gente que atiborra una combi en hora punta en verano dirigidas hacia los que en el otro carril van cómodamente en sus modernos vehículos.
Como vemos, el pensar específicamente en el bienestar de la gente como objetivo de política va mucho más allá de solo anunciar promesas sobre el crecimiento del PBI. Quizás una demostración de un genuino interés por el bienestar sería explicar, por parte del Gobierno, cómo pasar a este último objetivo, desde los oficialistas (y optimistas) anuncios de crecimiento, ¿sería útil no?
¡Exitoso 2019! para todos.
Fuente: Gestión