Por: Patricia Teullet
La parábola de los talentos cuenta la historia de un hombre que, al partir de viaje, entrega monedas a tres de sus siervos: cinco al primero, dos al segundo y una al tercero.
Al volver, los dos primeros habían invertido y duplicado, lo cual informaron y dieron al amo. Pero el último, temeroso de perder la moneda, la había enterrado en un lugar seguro para devolver lo recibido.
Ante ello, el amo premió a los dos primeros y castigó al que no había otenido frutos de lo recibido.
De esta historia podemos sacar algunas moralejas: llegamos al mundo con algún don: inteligencia, fuerza, acceso a buena educación o salud; o recibimos bienes materiales.
Un día tendremos que dar cuenta de lo que hicimos con ello y no será aceptable no haber multiplicado lo que nos dieron. Y esto se aplica tanto al individuo como a la sociedad.
Los peruanos recibimos un país con recursos naturales; a nuestra disposición para invertir, multiplicarlos y transformarlos en oportunidades de empleo, ingresos, igualdad de oportunidades y acceso a salud y educación. ¡Y queremos dejar esos recursos enterrados sin ser utilizados para generar bienestar!
Pero un detalle hace que nuestras acciones sean aun peores: consideramos que esos “talentos” son casi una maldición y la causa de nuestro bajo desarrollo. Nos atrevemos a decir que, si hubiéramos tenido menos, nos habríamos esforzado más y estaríamos en puestos cerca de Suecia o Noruega, con alto nivel de bienestar y actividad económica de gran valor agregado.
Olvidamos que ellos también debieron “sobreponerse” a la difícil condición de tener petróleo, minerales, o cercanía al océano.
Para encontrar culpables, deberemos mirarnos a nosotros mismos.