Humberto Campodónico
El telón de fondo –hoy como ayer- es el estancamiento de la productividad.
Varios fenómenos económicos del mundo global hacen recordar lo que sucedió en los años 30, entre la I y la II Guerra Mundial: una serie de países, sobre todo europeos, devaluaron sus monedas y, también, subieron fuertemente sus aranceles.
Para disminuir su déficit comercial, un país decidía devaluar para ser “más competitivo”: podía exportar productos más baratos y, a la vez, importaba menos porque los productos extranjeros eran más caros: se le “mendigaba al vecino”.
¿Qué hacía el vecino? Pues lo mismo: también devaluaba su moneda para exportar más e importar menos. El otro y el otro vecino, al ver que sus balanzas comerciales se deterioraban, hacían lo mismo. A la postre, todo volvía a la posición inicial.
Comenzaba entonces otra ola de devaluaciones que de “competitivas” no tenían nada, porque ésta se adquiere, sobre todo, por un aumento de la productividad, lo que no sucedía. Era una “ganancia” espuria vía una devaluación. No se creaba nuevo jamón; se le quitaba jamón al vecino.
La “devaluación competitiva” venía acompañada de un alza de aranceles, para que “llueva sobre mojado”: a la moneda devaluada se añadía el alza de los aranceles proteccionistas de los mercados internos.
La década del 30 tuvo como telón de fondo dos hechos centrales. Primero, el fin del orden monetario basado en el patrón oro, apoyado sobre todo por Inglaterra. Fue abandonado por su rigidez: en un país solo podía circular papel moneda que tuviera respaldo en el oro del Banco Central. Si esa cantidad disminuía (o aumentaba) como producto de un déficit (o superávit) de la balanza comercial, lo mismo sucedía con el papel moneda emitido. Esto hacía que la producción, la inversión y los empleos estuvieran supeditados a una equivalencia absurda.
Y, segundo, la inexistencia de una potencia hegemónica que reemplazara, justamente, a Inglaterra. Había varios candidatos, comenzando por la Alemania nazi, pero también estaban los “emergentes”: EEUU, Japón y la Unión Soviética (que crecía al 10% anual, como China hasta hace poco).
En estos tiempos, la potencia hegemónica en declive relativo, EEUU, ha tomado el lugar de Europa e impulsa una política proteccionista para “ser grande otra vez”. Ha comenzado una batalla contra los TLCs, comenzando por el NAFTA (Canadá y México) y el KORUS (Corea del Sur). Dice Trump que si no logra condiciones que le permitan superávit comercial, entonces se retirará (como ya lo hizo con el TPP).
También hace poco ha subido los aranceles a las lavadoras surcoreanas y los paneles solares chinos. Y promete seguir, con lo cual va a hacer cera y pabilo a la Organización Mundial de Comercio, cuyo encargo es establecer mecanismos para que las disputas comerciales se resuelvan dentro de la OMC. Hay que recalcar que la consecuencia de la política de Trump podría ser exactamente opuesta a la que persigue. De eso no nos ocupamos acá pues lo que queremos resaltar es el enorme cambio de paradigma: de creer en el libre comercio a pie juntillas a su casi total cuestionamiento.
Trump también ha dicho que quiere mantener al dólar como moneda internacional predominante y, a la vez, que el dólar esté barato (para exportar más). Hasta hace poco, atacaba a China por mantener artificialmente devaluado al yuan (le llaman “manipulación de la moneda). ¿Puede Trump “manejar” la política monetaria?
Aquí el FED tiene un rol clave pues una de sus atribuciones principales es fijar la tasa de interés de referencia. Si su nuevo Jefe continúa subiendo la tasa (como Janet Yellen), el dólar se revaluaría, contradiciendo a Trump. ¿Lo hará?
La cereza es la nueva ley de rebaja del impuesto a la renta en EEUU del 34 a 21%. Esto hará que muchos capitales “gringos” (como los de Apple), que antes se quedaban afuera, ahora “vuelvan para impulsar empleos” (Trump dixit). Y es probable que empresas extranjeras vengan a EEUU para aprovechar la nueva ley. Para impedirlo, China y los gobiernos europeos están pensando hacer lo mismo: ganar competitividad espuria bajando el impuesto a la renta.
El telón de fondo –hoy como ayer- es el estancamiento de la productividad. Por eso, como decíamos en anterior artículo (1), la política de los bancos centrales del “relajamiento cuantitativo” ha provocado una enorme deuda y, a la vez, una “liquidez exuberante” a las empresas, la misma que se volcó a los mercados bursátiles, creando una enorme burbuja que parece estar reventando en estos días.
En este contexto de disputa por la hegemonía se habla ya de guerra comercial, de proteccionismo, de manipulación de la moneda, de rebajas impositivas que beneficiarán al 1% más rico y acentuarán la desigualdad, ¿Ha comenzado entonces la carrera para ver “quién gana” llegando, contradictoriamente, lo más rápido al fondo del pozo? Parece que sí. Esperemos que el resultado no sea 1939.
(1) http://larepublica.pe/politica/1165789-se-requiere-una-revolucion